Ante todo, en la Eucaristía revivimos el sacrificio del Señor en la tarde de su vida, con la que salva a todos los hombres. De esta manera, estamos junto a él y recibimos en abundancia las gracias necesarias para nuestra vida cotidiana y nuestra salvación. La Eucaristía es, por excelencia, el gesto de amor de Dios por nosotros. ¿Qué hay más grande que dar la vida por amor? En esto, Jesús es el modelo del don total de sí mismo, camino por el que nosotros debemos caminar siguiéndole.
La Eucaristía es, también, un modelo de vida cristiana, que debe conformar toda nuestra existencia. Cristo nos convoca para reunirnos, para constituir la Iglesia, su Cuerpo en el mundo. Para acceder a las dos mesas, la de la Palabra y la del Pan, tenemos que acoger antes el perdón de Dios, don que nos vuelve a poner de pie en nuestro camino cotidiano, que restablece en nosotros la imagen divina y que nos muestra hasta qué punto somos amados. Después, como en el caso del fariseo Simón, en el Evangelio de Lucas, Jesús nos dirige sin cesar la palabra a través de la Escritura: "tengo algo que decirte" (7, 40).
En efecto, toda palabra de la Escritura es para nosotros una palabra de vida, que debemos escuchar con suma atención. En particular, el Evangelio constituye el corazón del mensaje cristiano, la revelación total de los misterios divinos. En su Hijo, la Palabra hecha carne, Dios nos lo ha dicho todo. En su Hijo, Dios nos ha revelado su rostro de Padre, un rostro de amor, de esperanza. Nos ha mostrado el camino de la felicidad y de la alegría. Durante la consagración, momento particularmente intenso de la Eucaristía, pues en él recordamos el sacrificio de Cristo, estáis llamados a contemplar al Señor Jesús, como santo Tomás: "Señor mío y Dios mío"(...)
"No olvidéis que la misa dominical es un encuentro de amor con el Señor sin el cual no podemos vivir. Cuando le reconocéis "al partir el pan", como los discípulos de Emaús, os convertís en sus compañeros. Os ayudará a crecer y a dar lo mejor de vosotros mismos. Recordad que en el pan de la Eucaristía Cristo está real, total y substancialmente presente. En el misterio de la Eucaristía, en la misa y durante la adoración silenciosa ante el santísimo Sacramento del altar, podréis encontrarle de una manera privilegiada. Si abrís todo vuestro ser y toda vuestra vida a la mirada de Cristo, no quedaréis oprimidos; por el contrario, descubriréis que sois amados de una manera infinita. Recibiréis el poder que necesitáis para edificar vuestras vidas y tomar las decisiones que se os presentan en la vida diaria. Ante el Señor, en el silencio de vuestros corazones, algunos de vosotros os sentiréis llamados a seguirle de una manera más radical en el sacerdocio o en la vida consagrada. No tengáis miedo de escuchar esta llamada y de responder con alegría. Como dije en la inauguración de mi pontificado, Dios no les quita nada a aquellos que se entregan totalmente a él. Por el contrario, les da todo. Saca lo mejor de cada uno de nosotros, de manera que nuestras vidas puedan florecer verdaderamente".
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