Envía tu espíritu
Envía, Señor, tu Espíritu
que renueve nuestros corazones.
Envíanos, Señor, tu luz y tu calor,
que alumbre nuestros pasos,
que encienda nuestro amor,
envíanos tu Espíritu
y un rayo de tu luz encienda
nuestras vidas en llamas de virtud.
Envíanos, Señor,
tu fuerza y tu valor,
que libre nuestros miedos,
que anime nuestro ardor;
envíanos tu Espíritu,
impulso creador,
que infunda en nuestras vidas
la fuerza de su amor.
Envíanos, Señor, la luz de tu verdad,
que alumbre tantas sombras de nuestro caminar;
envíanos tu Espíritu, su don renovador,
engendre nuevos hombres con nuevo corazón.
Cantoral litúrgico
ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
Espíritu Santo Paráclito,
perfecciona en nosotros la obra iniciada por Jesús;
Haz fuerte y continua la plegaria que
elevamos en nombre del mundo entero.
Acelera para cada uno de nosotros los tiempos de una profunda vida interior.
Da impulso a nuestro apostolado, que quiere llegar a todos los hombres
y a todos los pueblos, todos redimidos por la sangre de Cristo y todos herencia suya.
Mortifica en nosotros la natural presunción y levántanos a las regiones de la santa humildad,
del verdadero temor de Dios, del ánimo generoso.
Que ninguna atadura terrena nos impida hacer honor a nuestra vocación.
Que ningún interés, por negligencia nuestra, mortifique las exigencias de la justicia.
Que ningún cálculo reduzca los espacios inmensos de la caridad
a la estrechez de los pequeños egoísmos.
Que todo sea grande en nosotros: la búsqueda y el culto de la verdad,
la prontitud por el sacrificio hasta la cruz y la muerte.
Que todo, finalmente, corresponda a la última plegaria del Hijo al Padre celestial,
y a esa efusión que de Ti, Santo Espíritu de Amor,
quisieron el Padre y el Hijo sobre la Iglesia y sus instituciones,
sobre cada una de las almas y sobre los pueblos.
Juan XXIII
DAME UN CORAZÓN SENCILLO
Espíritu Santo, dame un corazón sencillo
que no se repliegue sobre sí mismo a regustar
sus propias tristezas, un corazón magnánimo en darse, fácil a la
compasión; un corazón fiel y generoso, que no olvide
ningún bien recibido, ni guarde rencor por ningún mal.
Forma en mí un corazón dulce y humilde,
pronto a perdonar, capaz de soportar mansamente todas las
contrariedades, un corazón que ame sin exigir ser
correspondido, contento de desaparecer en los otros
corazones, sacrificándose en presencia del Padre
celestial; un corazón grande e indomable,
tal que ninguna ingratitud sea poderosa a
cerrarlo ni a cansarlo ninguna indiferencia, un corazón atormentado por la gloria de
Jesucristo, herido por su amor con una llaga que no
cicatrice sino en el Cielo.
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