LAS EDADES DE LA FE
En la fe infantil la idea de Dios está deformada o estrechamente ligada a la imagen paterna y materna.Su relación con Dios se caracterizará por la inseguridad humana y buscará seguridad en las prácticas religiosas. Por su dificultad en relacionarse con las personas, sin darse cuenta, le será muy difícil confiar en Dios y, por lo tanto, confiará en las prácticas religiosas. El cumplimiento de las prácticas y de las normas recibidas como voluntad de Dios ocupará el campo de su atención. Será una fe dominada por preceptos y engendrará rigidez en su comportamiento. Puede también sentir mucha culpabilidad por no responder del todo a las exigencias que vive como impuestas por Dios. Eso explicaría por qué algunas personas dicen haber perdido la fe, porque se dan cuenta de que Dios no está allí donde lo buscaron, de que la imagen que tenían de él no se sostiene más.La adolescencia de la fe se caracteriza por la búsqueda de opciones autónomas, con independencia de la autoridad, que puede realizarse suavemente o puede provocar grandes crisis de rebeldía y de angustia. Al distanciarse del dios de sus padres, siente como si Dios lo dejara solo. Empieza a vivir a Dios como un extraño en este mundo, que no comprende la vida del hombre y lo gobierna desde fuera, desde su sede distante y lejana. Suele aparecer el cuestionamiento de Dios por la conciencia de injusticias sociales y el sufrimiento del inocente. ¿Por qué Dios permite todo esto? El último responsable de estos males es Dios. Se lo vive como un Dios anti-natural, como un opresor lleno de exigencias a cumplir. El hombre sólo tiene la alternativa de seguir viviendo en una sumisión infantilizada o rebelarse para liberarse de su opresión.
El Dios de la fe adulta no quita la libertad del hombre. Dios no es un “papá” que suple mi responsabilidad. Por el contrario, cuanto más el hombre se hace cargo de si mismo, tanto más vida tiene y en esa plenitud de vida está en unión con Dios. Este Dios le pide que sea feliz, que se atreva a vivir, que acepte su vida y la vida de los otros y, sobre todo, que acepte también las limitaciones de esa misma vida. Conoce lo que está mandado o prohibido moralmente, pero sabe regirse por el dictamen de su conciencia. Esta actitud crea en el hombre de fe adulta un gran sentimiento de libertad y, al mismo tiempo, tanto más más arraigado en Dios se experimenta. Cuanto más puede asumir su responsabilidad humana y cuanto más maduramente puede hacerlo, tanto más cerca se sentirá de Dios y tanto más gozará de la vida.

La fe madura va trasladando su interés hacia el aspecto invisible de una vida más profunda. Descubre más y más en sí mismo el mundo del espíritu y empieza a vivir más intensamente su propia interioridad. La experiencia fundamental es, tal vez, el nuevo descubrimiento de Jesucristo. Su persona y su presencia se hacen cercanas y comienza a tomarlo en serio. Descubre el Jesús resucitado que abarca todo y sin embargo vive, y escucha, comprende y actúa entre nosotros. Por eso los sacramentos se descubren bajo una luz completamente nueva, y son vividos como obras en las que Jesucristo encarna su iniciativa actual para hacernos crecer con su propia vida divina. Desde aquí se empiezan a vivir los acontecimientos exteriores de una manera nueva. Su vida interior y su referencia a Dios le permiten encuadrar los acontecimientos en un contexto más universal, y por tanto con mayor sabiduría.
Resumen de "Cambios en la fe", por Francisco Jalics, SJ


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