SER FRAGANCIA DE CRISTO EN EL MUNDO


"FRAGANCIAS DE CRISTO"

SER FRAGANCIAS DE CRISTO ES ESPARCIR SU FRAGANCIAS DONDE ESTÉS
EN EL LUGAR QUE TE ENCUENTRES CASA,TRABAJO, IGLESIA ,COLEGIO ,EN FACE,
EN TU RED SOCIAL FAVORITA DANDO
TESTIMONIO DE SU PRESENCIA EN TI
¿QUIERES SER TU FRAGANCIAS DE CRISTO?

A TODOS LOS QUE NOS DEJAN ENTRAR EN SU CORAZON
MUCHA PAZ Y AMOR .GRACIAS A LOS AMIGOS POR ESTAR SIEMPRE AHI DISPUESTOS A DAR,
QUE LA PAZ Y EL AMOR DE JESUS NOS SIGA HERMANANDO Y DERRAMANDO BENDICIONES A TODOS







Esperamos ser de Bendicion a tu vida, asi como tu lo seas a nuestras vidas. Te deseamos Un Lindo Dia


sagrado corazon de jesus

viernes, 3 de septiembre de 2010




MEDITACIONES SOBRE LA PALABRA DE DIOS
 ¿qué debe sacarse para provecho de la palabra de Dios, a fin de que ella nos ayude a convertimos?
Lo que conviene hacer: no tienen más que observar la conducta de aquella muchedumbre que iba a escuchar Jesucristo;
aquella muchedumbre acudía desde muy lejos, con un sincero deseo de poner en práctica todo cuanto Jesucristo le mandase;
abandonaban aquellas gentes todas las cosas temporales, ya no pensaban en las necesidades del cuerpo,
muy persuadidos de que Aquel que iba a alimentar su alma, no abandonaría tampoco su cuerpo;
estaban mucho más impacientes por los bienes del cielo que por los de la tierra;
lo olvidaban todo para no pensar más que en practicar lo que Jesucristo les decía.
Observemos escuchando a Jesucristo o a los apóstoles:
sus ojos y sus corazones están como absorbidos por la palabra del Maestro;
las mujeres no piensan en sus ocupaciones domésticas;
el mercader pierde de vista su comercio;
el labrador olvida sus tierras;
todos escuchan con gran avidez y hacen cuanto les es posible para grabar bien aquellas palabras en su corazón.
Los hombres más sensuales aborrecen sus infames placeres para no pensar más que en mortificar su cuerpo;
la santa palabra de Dios es su única ocupación;
en ella piensan, sobre ella meditan, se complacen en hablar y en oír hablar de ella.
Pues bien, miremos si en las ocasiones que escuchamos la palabra de Dios,
estamos adornados de las mismas disposiciones con que aquella gente la recibía.
¿Vamos a escuchar esta santa palabra con diligencia, con alegría, con verdadero deseo de aprovechala ?
¿Dejamos en el olvido todos nuestros negocios temporales, para no pensar más que en las necesidades del alma?
Antes de oír esta palabra santa, ¿Pedimos a Dios la gracia de comprenderla bien, y de grabarla indeleblemente en nuestros corazones?
¿Estamos siempre dispuestos a practicar todo lo que ella ordena?
¿La escuchamos con atención, con respeto, no como la palabra de un hombre, sino como la palabra del mismo Dios?
Después de la plática, ¿Agradecemos a Dios la gracia que nos hizo al instruirnos Él mismo por boca de sus ministros?
¡Ay, Dios mío! siendo tan pocos los que acuden con tales disposiciones, no nos extrañemos de que esta palabra produzca tan escaso fruto.¡Ay! ¡Cuántos están con pena y fastidio! ¡Cuántos se duermen, o bostezan! ¡Cuántos hojean un libro, o se ponen a  conversar!
Y aún se ven otros que llevan más lejos su impiedad, los cuales, por una especie de despre cio,
salen fuera desdeñando la palabra santa y' al que la predica.
¡Cuántos otros que encuentran que el tiempo les pasó con mucha lentitud y se proponen no volver,
y, por fin, otros que, al vol verse a sus casas, lejos de conversar sobre lo que oyeron y de meditarlo bien, lo olvidan por completo,
y lo traen a colación sólo para quejarse de su excesiva duración, o para criticar al que tuvo la caridad de predicarles!
¿Dónde están los que, al llegar a sus casas, hacen participantes de lo que oyeron, a los que no han podido asistir?
¿Dónde, los padres y las madres que cuiden de preguntar a sus hijos qué pun tos del sermón han retenido,
y los ilustren acerca de lo que no comprendieron?
Pero, ¡ay! la palabra de Dios es tenida tan en poco, que casi nadie se acusa de haberla oído sin atención.
¡Ay! ¡Cuántos pecados de que jamás se acusan los cristianos!
¡Cuántos cristianos condenados;
Dios mío! Quién habrá que diga para sí:“Cuán hermosas, cuán verdaderas son estas palabras.
Vemos después de tantos años de oírlas, habiéndonos mostrado en ellas el estado del alma,
y hecho casi tocar con el dedo que, si la muerte nos sorprendiese, estaríamos irremisiblemente perdidos,
sin embargo permanecemos  continuamente en pecado.
“¡Oh, Dios mío! ¡Cuántas gracias despreciadas, de cuántos medios de salvación hemos abusado hasta el presente!
Debemos cambiar de conducta, pidiendo a Dios la gracia de no oír jamás esta palabra sagrada sin estar bien dispuesto para recibirla.
No, no pensaremos  jamás, como lo hicimos  hasta el presente, que lo que se predica es para tal o cual persona;
Diremos y pensaremos que se predica para nosotros, y al mismo tiempo procuraremos  hacer todo lo posible para aprovechar
de tan saludables avisos”.
¿Qué sacaremos de todo lo dicho? Que la palabra divina es uno de los más grandes dones que Dios haya podido hacernos,
ya que, sin la adecuada instrucción, es imposible salvarnos.
Y que si, en los desgraciados tiempos en que vivimos, vemos tantos impíos,
es porque son tantos los que ignoran la religión, toda vez que es imposible que una persona que la conozca bien, no la ame,
ni practique lo que ella nos manda.
Cuando nos encontremos con algún impío que desprecie la religión, podemos muy bien afirmar:
“He aquí un ignorante que desprecia lo que no conoce” ,
ya que a tantos pecadores ha conver tido esta divina palabra.
Procuremos oírla siempre con tanto mayor placer cuanto a ella está ligada la salvación de nuestra alma,
y por ella venimos a conocer cuán feliz sea nuestro destino, cuán bueno es Dios
y cuán grande será la recompensa que nos promete, pues durará por toda una eternidad.
Ésta es la dicha que nos espera.

“Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”(San Lucas, XI, 28)

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